domingo, 5 de julio de 2020

Mundial de escritura Día 5

Escribí esto para el quinto día del Mundial de escritura. 
La consigna de hoy era "cómo será la vida de un detective durante la cuarentena"

A Baltazar Castro se le vino el mundo abajo el jueves 19 de marzo pasado.
Su portfolio de clientes estaba compuesto mayormente por mujeres de mediana edad que desconfiaban de sus maridos y le pedían a él que les siga los pasos. En menor medida, su otra clientela eran padres preocupados por sus hijos y sus amistades.
Casi todas las personas que contrataban a Baltazar dejaron de hacerlo cuando empezó la cuarentena. Los últimos días de marzo fueron para él una concatenación de malas noticias.
“Balta, cortemos el servicio por el momento. Estoy haciendo cuarentena con Guido en casa y no necesito más seguimiento. Si veo algo raro en sus chats te aviso, un beso, Laura”.
“Baltu, paremos por ahora. Benja está en casa con nosotros y lo estamos vigilando por ahora”.
La única clienta que le quedó fue Marita, una mujer de 52 años que no paraba de mandarle mensajes de audio larguísimos. Su marido Horacio era médico y formaba parte del servicio de trabajadores esenciales.
Los primeros días de abril Baltazar los pasó en cama casi sin levantarse. Apenas lo hacía para comer algo.
A contramano de lo que nos enseñan las novelas, el departamento de Baltazar era razonablemente luminoso y estaba bastante ordenado. Más aun, él era muy meticuloso con los detalles, y eso incluye el orden y la limpieza general.
Los mensajes de Marita seguían llegando y el depósito del fee mensual de seguimiento por abril también.
El lunes 6 de abril, Baltazar tomó un café, se baño y por fin decidió contestarle el audio a Marita. A pesar de que el detective no le haya respondido los mensajes durante una semana, su clienta no fue rencorosa.
En cuanto tomaron contacto de nuevo, la señora empezó a darle instrucciones a Baltazar.
“Está llegando a casa la 1, 1.30 de la mañana y apenas entra se mete en el baño a ducharse. Dice que es por protocolo, pero yo estoy seguro de que me está cagando con esa hija de puta de Neo. La tiene agendada en el celular como ‘Alejandro’, veo que le entran mensajes de él (ella) cada tanto”.
Para Baltazar el trabajo era bastante fácil. Vestirse de médico, conseguir un permiso, meterse por los pasillos del Hospital Rivadavia, seguirlo a Horacio, controlar sus movimientos, sacar unas fotos y entregar un informe a Marita.
Aunque el desgano lo frenaba, se puso el ambo azul y caminó hasta el Rivadavia. Además de estar cerca de su casa, conocía muy bien ese hospital. Ese y otros. Muchas de sus clientas fueron en un principio esposas de médicos que se fueron pasando el dato de boca en boca. Baltazar era el mejor.
Sin embargo, desde hacía unos años que a él no le gustaba ese tipo de clientes y estaba rechanzando hacer seguimiento de médicos.
Con Marita no pudo hacerlo. Le ganó por cansancio. La insistencia de la mujer y los audios largos pudieron más que el deseo de Baltazar de abrirse hacia otros mercados más productivos como el mundo del espectáculo.
Pero su situación actual no admitía selectividad. Mientras caminaba por Las Heras la garganta se le llenó de angustia. Logró controlar el llanto, pues a eso se dedicaba, básicamente.
Entrar en el Rivadavia a las 11.30 de la noche fue más fácil de lo que esperaba. Lo hizo por la puerta principal y ni siquiera tuvo que darle explicaciones al guardia del turno noche que le dijo “Buenas noches, doctor” sin levantar la vista de su celular.
En el piso de maternidad, Baltazar se sentó en una silla del pasillo que lo dejaba ver de costado la sala de descanso de los médicos. Pudo distinguir la risa de Horacio, un grito agudo y algo hienesco. Era una risa exagerada y complaciente.
En el teléfono anotó con dedicada precisión: 11.45 Horacio está con otros médicos en la sala de descanso, se escuchan risas de hombres.
A las 12pm cuando terminaba el turno lo vio a Horacio salir con otro colega. Los siguió por el pasillo manteniendo una distancia prudente. El médico que lo acompañaba abrió una puerta y se metió en un cuartito de limpieza.
Horacio siguió sobre sus pasos por el pasillo 30 metros más hasta donde estaba el bidón. Se sirvió un vaso de agua y empezó a retroceder por donde venía. Baltazar siguió caminando, cruzó miradas con él y algunos pasos más adelante se sentó en otra silla.
Desde allí pudo ver cómo Horacio entraba en el cuartito de limpieza en donde el otro médico se había guardado.
Cuando se cerró la puerta, Baltazar corrió hasta el lugar. El silencio del hospital dejaba que se oyeran los gemidos de placer de los médicos con evidente claridad.
“¿Trajiste forros?”
“No, así nomás”
“¡Dale, boludo, cogeme!”
Oscar anotó todo en su teléfono.
15 minutos después salió el primer médico. Oscar anotó en su teléfono “Alejandro sale del cuarto de limpieza 12.17 AM”.
2 minutos después salió Horacio.
A las 9 de la mañana del otro día, Baltazar entregó un informe completo a Marita.

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