sábado, 11 de julio de 2020

Mundial de escritura Día 11

Escribí esto para el Mundial de escritura.
La consigna de hoy era algo de los rituales.

Me cuesta imaginar un día sin café.
El día para mí no empieza hasta que no termina ese ritual que arranca con el ruido de la pava eléctrica calentando el agua como si fuera un avión que carretea por la pista para ganar velocidad de despegue. Sin el olor del café brasileño (sí, brasileño) que emana de la bolsa en donde se sumerge la cuchara medidora de la Bodum. Sin la prensa que avanza sobre el agua caliente.
Necesito ese combustible en dos o tres dosis para poder levantar la persiana y empezar un día. Ni hablar de si es un día frío o dormí mal a la noche. ¡Inyéctenme el puto café en las venas!
Por algo los brasileños le dicen café de la mañana. No té de la mañana, no mate de la mañana, no Nesquik de la mañana. ¡Café!
Una vez soñé que era un negro colombiano corriendo por las plantaciones de café. Me perseguía el patrón porque me había mandado una cagada. Corría a toda velocidad. Cuando me estaban por alcanzar me desperté. Me desperté transpirando, pero lo que más acuerdo del sueño era el aroma.
Nunca vi una planta de café, pero me contaron que es un árbol bastante grande y el fruto es como una especie de mango. Quiero creer, elijo hacerlo, que tiene el olor al café que tomo en casa a la mañana.
No soportaría enterarme que en realidad el fruto del café no tiene olor a café sino que es hediondo y agrio simplemente.
¿Qué pasaría si me sacaran el café de la mañana?
Me gustaría agregarle drama a la historia y decir “me mataría”. Acabo de leer 15 líneas más arriba que escribí que “me cuesta imaginar” un día sin café. Me alegro de haberlo puesto así y no haberme dejado llevar por el “no puedo vivir sin tomar café”.
Creo que podría sobrevivir. En general no soy supersticioso. Si hay una escalera apoyada sobre un edificio en la calle y voy caminando por la vereda, paso por abajo de ella. Me divierto viendo las maniobras que hace la gente para evitarla.
“¿Me pasás la sal?”
“Tomá, agarrala”
“No, apoyala”.
“¡Dejate de joder, agararrala!”
Además, como soy zurdo de cuerpo y mente, me levanto todos los días con el pie izquierdo.
Bueno, un día sin café, pienso, sería solamente un mal día sin café.
Si se secaran todas las plantaciones de café del mundo, cosa improbable, supongo que debería buscar otra infusión para poner primera a la mañana.
Los rituales, que son ataduras, nos dan seguridad. A mí tomar café a la mañana, al menos, me la da. Me pregunto si está bien tener rituales. Probablemente no. En un mundo nos enseña a “soltar” los rituales (como el mío del café) deberían estar prohibidos.
Pero como a mí me molesta eso tendría que levantar entonces una pancarta a favor de los rituales. La veo a Guada aferrada su mantita y a Joaquina dormir abrazada a su zorrito y busco una respuesta. Tal vez venga por ahí la cosa.
Si se rompe un ritual, si se acaba el café, se quiebra un pacto de lectura de la vida. Sería lógico pensar que nuestras ideas se desacomodan. Pero también está bueno que eso pase, ¿no?
No lo sé. Y me gusta que sea así, incierto. Las mejores cosas de la vida no tienen respuesta. Lo mejor es que lo puedo reflexionar a la mañana mientras me sirvo otra taza de café. 
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