lunes, 28 de febrero de 2011

Que no me toque a mí

Entro en Las Victorias. Es un mediodía como cualquier otro. Saco número: 53.
"¿Por qué número van?", se pregunta mi cabeza. "¡Cuarenta y cincoooo!", responde una voz muy nasal que me lee la mente.
Hay mucha gente y sólo tres personas atendiendo.
Le saco la ficha a las tres (tres mujeres).
La primera es simpática, responde todas las preguntas con una sonrisa. Entrega los pedidos y vuelve a su labor, sonriendo.
La segunda es parca pero efectiva. No tiene muchas buen semblante y no responde cuando la gente, oficinistas hambrientos, hacen comentarios de más, sólo acata a la orden emitida. Si le dicen ¿me das una tarta de calabaza? Va en silencio y vuelve con la tarta, pregunta qué más y registra la operación en la caja como desganada.
La tercera es joven, arisca y combativa. Contesta de mala manera y atiende como de favor. El que tiene el número 48 le dice "Y además quería algo dulce, ¿qué podría ser?". A semejante ataque ella responde: "Lo que está ahí, ¡qué se yo!"... es un sorete con camisa de Las Victorias.
Mientras pasan los números ruego que no me atienda la última. Viene el 48, 49, 50 y los peores temores parecen hacerse realidad. El (la) sorete está en la caja entregando un pedido y va con su andar cansino hacia el pinche en donde ejecutan a los números para llamar al siguiente. Me resigno, ya está. Pero, de repente, ¡buenas noticias! La segunda, parca pero efectiva le intercepta el paso y llama al 51, con su voz nasal. Respiro aliviado y ordeno mi porción de tarta.
(extracto del triste diario de la insoportable rutina)

martes, 22 de febrero de 2011

Dato ñoño: ¿Quién es Richter?


Volví a escuchar ayer una de esas tantas palabras que son casi cotidianas, que leemos, usamos y hasta explicamos qué significan sin saber en realidad nada de nada (o muy poco en el mejor de los casos): escala de Richter.
Advertencia: los párrafos que vienen a continuación tienen muhas aclaraciones entre paréntesis.
El terremoto (¿sismo?) que ayer sacudió (literalmente) al NOA (sin heridos por suerte) fue apenas una excusa para ponerme a leer aunque sea unas líneas acerca de ese tipo que tiene su apellido en un popular sistema de medición de magnitud de movimientos telúricos (telúricos es una palabra graciosa, suena como algo malo aunque no se lo asocie a un terremto).
Algo envidiable de los científicos (físicos, matemáticos, médicos, astrónomos, etc) es que pueden aspirar a que su nombre (o apellido mejor dicho) pueda convertirse en un sustantivo, incluso en un verbo si se esfuerzan mucho (¿o de dónde si no viene la pasteurización de la leche?). Es raro y halagador a la vez que el fruto de un esfuerzo, de mucho tiempo invertido, sea no sólo el reconocimiento de los colegas sino también el favor de bautizar a una enfermedad, una vacuna, una estrella, un teorema, un test o una escala de medición en este caso con el nombre de una persona. Pero es así.
Volviendo al tema de los terremotos, no vale la pena profundizar lo que leí sobre la vida y obra de Charles Francis Richter, pero sí comentar dos cosas que me llamaron la atención sobre la famosa escala (y que al menos yo no sabía):
  1. Que la escala es logarítmica. (¿Queeeeé?) Eso significa que un terremoto de magnitud 7 es 10 veces más grande que uno de 6, 100 veces más fuerte que uno de escala 5 y 1000 veces más tremendo que uno de 4
  2. Que Richter no hizo los deberes él solito. En realidad, todos sus trabajos sobre estudios sismológicos fueron realizados junto a su mentor y colega Beno Gutenberg. De hecho, la idea de que la escala sea logarítmica fue de Gutenberg. Según cuenta Wiki, Richter no se dio cuenta de que la escala sólo llevaba su nombre e insistió durante un tiempo para que se reconozca a Gutenberg cuando se mencionan los movimientos de la corteza terrestre. Pero para ese entonces ya era tarde y todo el mundo nombraba su apellido sin siquiera saber quién era él

viernes, 18 de febrero de 2011

doble u + doble v = doble uve

Un poco como que sigo obsesionado con el tema de la denominación única doble uve/uve doble que las academias de letras han impuesto para todos los hispanoparlantes en noviembre.
Ayer me di cuenta del sistema que usó la madre patria para madrugarnos a todos los que hablamos español de este lado del Oceano y nos impuso su manera de llamar a las cosas con la excusa de proponer un solo nombre para cada letra. Nosotros (argentinos) llamamos desde siempre doble ve a la W, cosa que suena lógica ya que si uno mira el dibujo se da cuenta de que la W no es más que dos VV unidas. Pero los mexicanos la llaman doble u. No tuve que ir a las películas dobladas para comprobarlo. Aproveché la visita de Manuel, un colega de la tierra del Chavo que estuvo en nuestra oficina esta semana y le hice la pregunta:
¿Cómo llaman en México a esta letra? (los garabatos fueron incluídos después en el papel):

-Pues doble uuuuuu, respondió sin dudar

Manuel no coronó su frase con un "buey", el equivalente al boludo nuestro (aunque hubiese estado bueno) pero me despertó una reflexión:

  • México: doble u
  • Argentina: doble v
  • España: doble uve
  • Recomendación de la RAE para denominar a la letra: doble uve
    Está claro que ganaron los españoles e, incluso más, lo que hicieron fue integrar las dos denominaciones que se usan en los dos países hispanoparlantes más relevantes del continente americano (1° México, 2° Argentina) en su propio beneficio para teñir su imposición de democrática.
    Así y todo, pasarán los años y nosotros estaremos diciendo doble uve sin replantearnos la cosa. ¿Acaso no hubo un proceso de independización americana hace 200 años?
  • miércoles, 16 de febrero de 2011

    Wineversary


    Hace algo más de un año, apenas unos días más, empecé a teclear caracteres en este espacio sin un rumbo claro definido. Como el blog no encajaba en ninguno de los envases tradicionales tuve que forzar algún eje temático que lo sostenga. La idea de los pequeños placeres surgió naturalmente pero nunca me encargué de dejar asentado qué significa eso... probablemente porque no me resulta fácil describirlo. Tal vez el ejemplo que sigue sirva para ilustralarlo (y si no quedará como una anécdota más, intrascendente).

    Las celebraciones importadas y posmodernas (=San Valentín, San Patricio, Haloween (!?), incluso el Día del amigo) me generan sensaciones contradictorias. Por un lado, sacan al adolescente rebelde que hay en mí y me obligan a repartir insultos antiimperialistas en contra de las fechas comerciales establecidas por el Marketing de la globalización. Al mismo tiempo, llaman a la refelxión a mi neurona racional para convencerme de que en realidad no es para tanto, que si uno quiere festeja y si no no pasa nada y que a veces necesitamos que nos pongan una fecha para celebrar (el amor, por ejemplo) sin que eso sea un compromiso; que la globalización ha traído muchas cosas buenas también.
    Así las cosas, el lunes pasado no compré flores ni me disfracé de Cupido, ni tampoco despotriqué en contra de la fecha ante gente que no le interesaba hablar sobre el tema. Pero encontré en casa un vino que me habían regalado en un evento y decidí descorcharlo para macerar las milanesas que con mucho amor había preparado a la noche. Era un ejemplar D.V. Catena Cabernet-Malbec cosecha 2007 que tenía guardado desde noviembre a la espera de que llegara el momento especial para disfrutarlo.
    Cuando lo abrimos me acordé de las dos degustaciones y charlas de sommeliers a las que asistí en toda mi vida. Entendí por qué ese tubo de uvas fermentadas que tiene mucha marca sale 95 pesos en la vinería de la esquina de mi trabajo. No hablaré de taninos ni de notas, pero sí puedo decir que desde mi casi desconocimiento del tema disfrute mucho del momento.
    Me acordé que hace unos días -el 1° de febrero- fue el primer aniversario de unmigone. Pensé también en eso. Celebré y volví a intentar reflexionar acerca de los pequeños placeres.

    viernes, 11 de febrero de 2011

    5 cosas que se pueden comprar en la calle

    En los últimos años se ha extendido por toda la ciudad el negocio de los manteros (o manteleros, nunca me quedó muy claro). Si no saben de qué hablo puede ser que no hayan caminado las avenidas porteñas con mucha atención o que no identifiquen a estos seres con ese nombre. En cualquier caso, esta es una foto de los comerciantes en cuestión:


    Si bien desde siempre existieron los puestos de venta callejera ambulante, la tendencia que percibo tiene que ver con una homogeneización de la oferta de los manteros. Podría decir que ya está identificado el rubro con ciertos productos necesarios-pero-no-tan-necesarios en la vida cotidiiana pero que sé que cuando las necesito las voy a encontrar ahí:

    1. Adaptadores de todo tipo

    Para los que vivimos en un edificio antiguo en donde los pocos enchufes de la casa son de dos patitas redondas y siempre penamos por un adaptador, tener a estos tipos en la calle es una bendición. Cada dos o tres meses los adaptadores de casa desaparecen y le pego una visita a los manteros para que me abastezcan.

    2. Tapones

    Tapones de goma para el lavamanos y el bidet. Tapones de metal atrapar los pelos en la ducha (qué asco!). Tapones para evitar que las cucharachas emerjan a la cocina por la pileta de lavar. Siempre hace falta algún tapón. ¿Se consiguen en la ferreterías? Probablemente. Pero los manteros siempre los tienen ahí a la vista.

    3. Topes para puerta

    Tengo el recuerdo de infancia de ver esos topes de goma antiportazos en la casa de mi abuela. 25 años después me volví a encontrar con ellos en lo de los manteros.

    4. Monedero

    Para los que penan viajes en colectivos y necesitan organizar sus metales, el clásico monedero de plástico está ahí, sobre la manta. Y para los más cancheros, ¡se puede colgar del cinturón!

    5. Baratijas chinas

    Desde despertadores y anteojos de dudosa calidad, pasando por ojotas hasta relojes de Hello Kitty, se me ocurre que los manteros venden baratijas no porque quieran sino porque deben ser el rubro que más rotación tiene. ¿Cuántos tapones por día pueden vender? En cambio, a falta de todo por dos pesos, buenos son los manteros.

    miércoles, 9 de febrero de 2011

    Arriba o abajo: el debate final


    Un problema de convivencia que no por suerte no tenemos en casa es el de la discusión sobre la tapa del inodoro. Agus es muy buena y nunca recibí una reprimenda por haber dejado la tapa levantada. Sin embargo, es una constante el debate de géneros acerca de cómo dejar la tapa del excusado cuando se comparte el baño.
    A lo largo de la historia las mujeres han intentado hacer prevalecer la idea de que los hombres deben bajar la tapa antes de abandonar el baño. El argumento, favorable a ellas, ha intentado ser impuesto a fuerza de cuestionamientos, pedidos desesperados y -claro está- insultos e improperios tras aterrizajes desafortunados arriba de la fría y húmeda porcelana cuando la tapa no estaba bajada tal como se lo había demandado. Con ese mismo criterio, los hombres podrían demandar a las mujeres que la tapa sea levantada siempre. Todo es una cuestión de retórica impositiva pero las evidencias científicias no se avalan de esa manera.
    Investigando un poco el tema descubrí este trabajo. Se trata de un paper académico en el cual el autor investiga desde el punto de vista económico la norma social acerca de la tapa del inodoro. El trabajo, titulado Up or Down? A Male Economist’s Manifesto on the Toilet Seat Etiquette plantea que regla de la "tapa bajada", una presunción impuesta por las mujeres, es ineficiente. La regla dominante, en ese sentido, es la regla "egoísta" o de "status quo" a través de la cual el hecho de dejar el asiento en la posición en la cual fue usado disminuye la inconveniencia e incrementa la eficiencia.
    Así lo explica en la introducción del trabajo el autor Jay Pil Choi (en inglés):
    "I show that the “selfish” or the “status quo” rule that leaves the toilet seat in the position used dominates the down rule in a wide range of parameter spaces including the case where the inconvenience costs are the same.
    The intuition for this result is easy to understand. Imagine a situation in which the aggregate frequency of toilet usage is the same across genders, i.e., the probability that any visitor will be male is ½. With the down rule, each male visit is associated with lifting the toilet seat up before use and lowering it down after use, with the inconvenience costs being incurred twice. With the selfish rule, in contrast, the inconvenience costs are incurred once and only when the previous visitor is a member of different gender.
    The worst case under the selfish rule would occur when the sex of the toilet visitor strictly alternates in each usage. Even in this case, the total inconvenience costs would be the same as those under the down rule if the costs are symmetric. If there is any possibility that consecutive users are from the same gender, the selfish rule strictly dominates the down rule since it keeps the option value of not incurring any inconvenience costs in such an event. This logic can be extended to the case of asymmetric aggregate frequency of toilet usage across genders."

    El paper entero (18 páginas) está en: https://www.msu.edu/~choijay/etiquette.pdf. Tiene ecuaciones, fórmulas y mucha evidencia científica.
    Nosotros en casa aplicamos la regla egoísta desde siempre.

    viernes, 4 de febrero de 2011

    Escenas de películas que me gustan: Marley y yo

    Alguien me preguntó si había robado la idea para el post Vacaciones de la película Marley y yo. Contesté que sí. Me gusta el recurso que usó el director para hacer avanzar la historia rápido en un momento en que no pasaba nada; todo como si fuera un fast forward en vivo. Seguramente ya lo usaron en varias películas, pero yo lo vi en esta:

    martes, 1 de febrero de 2011

    Siempre me engancho con Gran Hermano

    Muy a mi pesar (pero sin verguenza de confesarlo) tengo que admitir que siempre me termino enganchando -tarde o temprano- con las sucesivas ediciones de Gran Hermano.
    Veo casi todo lo que está en televisión y no tengo prejuicios para con nada de lo que salga de ahí, pero hay cosas de la caja boba que nunca me terminan de llamar la atención. Por ejemplo, nunca pude ver más de cinco minutos seguidos de Bailando por un sueño por más de que todo el mundo lo comente y las novelas me cuestan (apenas vi algo de Botineras y no sé nada de nada sobre Malparida). Pero la historia con los GH es bien diferente. Siempre en algún momento me pongo al día y, para desgracia de Agus y ahora también Pedro, sigo el desarrollo de lo que pasa en la casa. Veo los debates, las galas, todo aunque sea de a pedazos.
    Esta vez fue más temprano que tarde. Ya desde la primera o a lo sumo segunda semana ya sabía quién cuál era el gay, quién era la lesbiana, cuál es la tonta y quién era el cabrón.
    Lo que más me llama la atención del GH es el esfuerzo permanente de la producción por hacernos creer que lo que está pasa allá adentro es importante. Y la capacidad de los creadores para manejar los piolines de una gran marioneta. Para meter fichas en contra o a favor de alguien, según convenga. Es una gran contradicción. Hace unas semanas cuando los boludones habían roto la casa durante una fiesta desde afuera se nos quiso hacer creer que Gran Hermano era el último reducto de la moralidad argentina, algo así como santuario pro respeto por los valores y las reglas. En un país en donde cuatro tipos te cortan una autopista en cualquier momento y en donde nadie cruza la calle sólo en el momento en el que el semáforo lo permite, desde las entrañas de Telefé nos convencieron a todos de que nos estaban dando una una lección de civilización. Hicieron que la gente vote si estaban a favor de la sanción (que consistía en quitarles casi todo el presupuesto de comida) a pesar de las quejas y la amenaza de boicot al programa ?! de los participantes. Durante esos días, mostraron los porcentajes en cómo evolucionaba la votación, algo que nunca se muestra ya que invita a subirse al carro de los vencedores. ¿Resultados? Más de 80% de la gente votó en favor de sancionar a los rebeldes sin causa y recordarles que las reglas están para ser cumplidas, incluso en este país. Muy bien, los padres de la patria estarían orgullosos de tamaña cruzada moral. Sin embargo, a los dos minutos empezaron a celebrar las habilidades de jugador de un tal Cristian U., una encarnación estereotipo-del-porteño-de-barrio-posmoderno que hace trampa hasta jugando al pool y cuya estrategia se arma sobre la base del engaño, la mentira y la manipulación. ¿En qué quedamos?
    Este año también se le ocurrió a la producción que era bueno que los participantes puedan twittear desde el confesionario. Gran error. Los grandes estrategas como Cristian U. sacan ahora a pasear su ortografía para pedir "por faBor" y mandar "Vesos".
    Tengo mucho más para criticar del programa. Pero, en definitiva, se trata de eso, un programa. No es para tanto. Lo sigo viendo. Sigo enganchado, lo admito.