jueves, 22 de julio de 2010

Changos

La tercera vez que di la vuelta por la góndola en donde creí haberlo dejado y no estaba me empecé a preocupar. Lo abandoné unos segundos porque el súper estaba lleno de gente y me pareció que así ganaba tiempo.
El plan parecía perfecto: iba, agarraba las leches y volvía rápido, haciendo zigzag entre los compradores indecisos. Fui, agarré y volví, pero no vencí; no estaba. “Qué raro, si yo lo dejé acá”, me pregunté desconcertado, rascándome la cabeza.
Busqué en la góndola de al lado. Estaban otros, pero no el mío. “Me llevo este”, pensé para adentro. No es el mío pero es parecido. Enseguida recapacité: “No, no le puedo hacer eso, es como una traición. En todo caso me armo otro nuevo”. También se me cruzó por la cabeza la idea del robo. Hurto. 2 a 8 años de prisión.
Los nervios no lo dejan a uno pensar. La desesperación menos. Cuando nos ponemos nerviosos ni siquiera nos damos cuenta de lo que está frente a nosotros. Yo caminé y caminé. Di vueltas y no estaba. Nada. Ni noticias de MIS naranjas, MI carne picada, MI pan ni de mis barras de cereal. MIS leches y yo estábamos como desahuciados.
Hasta que pude volver a ver las cosas en perspectiva habrán pasado 3 o 4 minutos. Pero estos fueron los 3 o 4 minutos más largos… del mes. Recién ahí me acordé que en realidad todo había quedado en la góndola siguiente. Fui, busqué y encontré todo intacto. Y volví a ser feliz.


***

Perder un carrito en el supermercado es una experiencia traumática. No me imagino lo que puede llegar a ser perder un hijo.

No hay comentarios: