lunes, 30 de marzo de 2020

Cuarentena día 13

Se me rompió el teléfono. Dejó de andar. Se prende y se queda tildada la manzanita blanca sobre fondo negro.
Primero dejó de andar el botón de inicio. Lo estaban usando los chicos, haciendo una videoconferencia con su abuela, su tío y su primo. Como el teléfono tenía poca batería, lo ponían a cargar mientras hablaban por media hora, o una hora. Lo cargaban un rato, lo sacaban, caminaban por la casa y, cuando se estaba por quedar sin batería de nuevo, lo volvían a enchufar.
Esta situación fue habitual en casa desde que empezó la cuarentena. Les dije que no lo hicieran, solo unas veces y algo tímido. A la distancia, debí ser más estricto con eso. Si bien no puedo echarles la culpa, esa movida repetida tantas veces no le hizo bien al aparato.
A diferencia de otras veces, cuando pude resucitar algún teléfono muerto, esta vez los tutoriales de YouTube no fueron muy alentadores. Tiene que ir a un service sí o sí. Pero estamos en cuarentena, ¿donde mierda voy a poder arreglarlo? ¿Cómo voy a pagarlo? No puedo comprar uno nuevo.
Entré en pánico por primera vez en dos semanas. Ni siquiera me puse así cuando la internaron a Agus.
Lo que más me preocupaba era poder estar conectado con ella. Lo conseguimos a través del viejo Facebook Messenger. Ella me escribe, yo le contesto desde la computadora.
A propósito, Agus vuelve mañana a casa.
Ella esta contenta, nosotros también. Yo, en realidad, un poco angustiado. Tengo preparar el cuarto como si fuera un quirófano. Y la casa hace tres semanas que no se limpia en serio.
Le preparamos un cartel de bienvenida. Me enojé porque los chicos no hacían caso. Hoy me tomé dos rivotril.

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