Colgadas del caño del colectivo, manteniendo el equilibrio para no tropezar y caer al piso o encima de un compañero de viaje en el irregular andar del 152, dos chicas de no más de 25 años conversaban sobre política, iedologías y religión. Una era española y la otra argentina. Sus cabezas liberaban por la boca una epifanía de frases hechas y lugares comunes muy cómodos para justificar un pensamiento de conciencia social que haga juego con su vestimenta hippie chic. El diálogo transitó por varios temas hasta llegar a analizar la situación económica y social de España y algunos aspectos de la crisis que habián hecho, entre otras cosas, migrar a la protagonista de la anécdota:
-Estamos gobernados por una cantidad de ineptos y corruptos que no quieren o no pueden pensar en los demás. Sólo les importa su propio bolsillo y, a lo sumo, el porvenir de ellos y el de sus familias. El resto, que se joda. Mientras tanto los españoles estamos a la deriva. ¿Sabes lo que ha salvado a España? El fútbol. El fútbol es la única cosa que ha hecho que la gente tenga una razón para festejar y le ha dado una razón a los españoles para alegrarse.
El diálogo ocurrió en septiembre u octubre del año pasado. La selección española acababa de ganar su segunda Eurocopa consecutiva y completaba, junto con su título en el Mundial 2010, una triada de copas que la colocaban muy arriba en la consideración de la historia. La conversación siguió durante unas cuadras más y más aun, pero yo me tuve que bajar para seguir pensando en el análisis de esa española de flequillo muy notable.
Pensé en el año 2002, cuando la Argentina estaba sumida en la peor parte de la crisis y la selección nacional viajó a Japón y Corea con una valija llena de esperanzas. Me acordé de aquel momento y de cómo lo vivíamos y el análisis era muy parecido a lo que había comentado la chica. Sólo el fútbol podía salvar al país.
Teníamos todo lo que se le puede pedir a un equipo para ser el favorito para ganar el Mundial. Un equipo de talentos, un técnico que trabajaba seriamente y un funcionamiento colectivo elogioso. Muy pocos repararon en la zona de la muerte y la mayoría mirábamos el vaso medio lleno de la cuestión: para ganar el Mundial había que ganarle a los mejores; y si nos tocaba jugar con los mejores en la fase inicial era aún mejor porque así llegábamos a la semifinal (por decreto, tal vez) mejor preparados.
Lo que pasó en junio-julio de 2002 en las antípodas ni vale la pena mencionar. Lo que pasó en la Argentina en aquel entonces viene un poco más a la cuestión. Eliminado el equipo de Bielsa después del 1-1 con Suecia el país se olvidó bastante rápido de la copa que no fue y se habló del fracaso, pero sólo durante unos días.
La vorágine con la que pasaban las cosas en ese momento en la Argentina no permitía dejar tanto margen para el análisis del fútbol. De hecho, mientras todavía se jugaba el Mundial con la Argentina ya eliminada, ocurrieron los acontecimientos que terminaron con las muertes de Kosteki y Santillan, sucesos que sacudieron la realidad política y cambiaron el tablero electoral. Con los ojos de la gente puestos más en el país que en el otro lado del mundo, más en la triste realidad que en las mieles de la victoria, no quedó otra que seguir adelante. Y lentamente la cosa fue cambiando. Por suerte, para bien.
¿Esto quiere decir que España necesita un fracaso deportivo mayúsculo para que su realidad social y económica mejore? Claramente no. La realidad es más compleja y mucho menos arbitraria. Pero sí es cierto que los éxitos deportivos en este caso adormecen a los pueblos y son el opio del que hablaba ese economista barbudo que tal vez hayan nombrado esas chicas en su conversación después de que me bajara del colectivo en mi parada.
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