lunes, 12 de noviembre de 2012

unmigone Goes Premier League


En el bar The Queen’s, ubicado sobre Green St. a pocas cuadras del Boleyn Ground, un cartel en la puerta ofrecía una promoción tentadora: 6 Heineken o Foster’s por 10 libras. A las 3 de la tarde, más de dos horas antes de que empiece el encuentro entre los locales de West Ham United y Manchester City, el pub rebalsaba de hinchas con o sin ticket para el match. Los primeros esperarían hasta último momento para ingresar ordenadamente al estadio; los otros quedarían en el lugar viendo el partido en las pantallas de alta definición o, a lo sumo, tal vez intentarían comprar algún boleto de reventa que se podía conseguir fácilmente en las adyacencias de Upton Park.
El barrio que alberga desde 1904 a la cancha del United (West Ham) está en el Este de Londres y, al parecer, fue una de las áreas más postergadas de Inglaterra hasta hace poco tiempo. Durante el gobierno de Tony Blair se emprendieron una serie de proyectos bajo la denominación de New Deal for Communities que tenían como objetivo regenerar ciertas áreas entre las cuales estaba incluída la del Borough de Newham. A la vista, sin los lujos aristocráticos que brillan en el centro de la ciudad, Upton Park no parecía tener rastros de ser un distrito posindustrial verdaderamente postergado. Me hizo acordar, salvando las distancias, a la manera en que está enclavada la cancha de All Boys, en Floresta/Monte Castro.
Llegar a Upton park tomó unos 40 minutos de underground en un viaje simple de la línea District. Ya en la estación hay carteles que el marcan el camino hacia el estadio. También allí mismo se vende el programa oficial, una revista de unas 60 páginas con lomo que el club edita e imprime periódicamente con calidad editorial, redacción y diseño.
Había reservado y pagado mi ticket por Internet así que la primera misión era asegurarme que el booking reference se convirtiera en un cartón con un código de barras con mi nombre que garantice el acceso al espectáculo. Pedí indicaciones a un grandote de campera amarilla, que me apuntó su dedo índice hacia un cartel enorme que decía “Ticket Office”. El trámite para conseguir la entrada no duró más de 60 segundos. Próxima parada: Stadium Store, una tienda de merchandising repleta de fanáticos. Cuesta entender para un argentino como un equipo chico, de mitad de tabla, puede generar tantos ingresos por venta de camisetas y memorabilia. Compré un essential, una remera básica de los Hammers rebajada a 5 pounds. Para cuando terminó la visita a la tienda, llegaba el micro con el equipo visitante. Unos 100 hinchas, la mayoría niños, esperaban abarrotados a que bajara uno de los últimos ídolos del club: Carlos Tevez. Carlitos fue el último en descender y pasó saludando con su mano izquierda mientras recibía la primera de las mil ovaciones de esa tarde.
Ingresé en el estadio una hora antes del pitazo inicial del partido. Si el partido se hubiese jugado en Argentina era apenas tiempo suficiente para entrar tranquilo y sin riesgos de avalanchas y empujones. Allá, una hora fue una eternidad. Hasta 10 minutos antes del kick-off, no más del 20% de la gente estaba en su lugar (aunque el partido estaba sold-out). El acceso es a través de un pequeño espacio cercado por un molinete pero con barras hasta el techo. Es un elemento de seguridad que evita avalanchas e impide las estampidas sobre la hora para colar. Se activa pasando el código de barras de la entrada por un escáner.
La hinchada del West Ham es –supuestamente- una de las más efusivas de la Premier League. Tal cual nos mostró el Bambino Pons, los supporters adaptan clásicos de la música popular a sus inofensivas letras. Volare, oh oh, Guantanamera y Hey Jude forman parte del repertorio. Cuando los jugadores locales salen a la cancha, además, suena el himno del club. El del WHU es una canción que se llama I’m Forever Blowing Bubbles que arranca por los parlantes del estadio y la gente continúa cantando a capella desde el estribillo. Se repite el ritual cuando está por empezar el segundo tiempo y cuando termina el partido.
Después de algunas temporadas penosas, el West Ham tuvo esta temporada un buen arranque. Para el momento en que le tocó recibir al City, el equipo estaba octavo en la tabla de posiciones y listo para recibir al último campeón. Además de Tevez, Ballotelli y Nasri compusieron una delantera temible para un seleccionado local más limitado que los primeros minutos se replegó mucho atrás. Sin embargo, cada gesto voluntarioso de los de casa fue muy festejado. Los cambios de frente y las recuperaciones, por ejemplo, eran acciones acompañadas por un cerrado aplauso de 3 o 4 segundos.
Sobre el campo de juego (una verdadera alfombra, acomodada por unos 10 tipos antes del primer y segundo tiempo), el Manchester City mandó con su potencial durante buena parte de la primera mitad. La hinchada visitante también tuvo una presencia colorida. No había banderas ni bombos pero sí una asistencia perfecta de camisetas celestes en una de las bandejas de la popular y la totalidad de platea visitante. Así y todo, las hinchadas se trataron con respeto. Muy pocos silbidos, casi ningún insulto y cero abucheos. Antes del partido, el árbitro decretó un minuto de silencio en memoria de un dirigente del West Ham recientemente fallecido que también se respetó entero (60 segundos de silencio total).
Durante el partido, Tevez mostró que su talento y carsima trascienden colores. Amado por el West Ham y Amado-odiado-amado por el Manchester City, hubo momentos en el cual las dos hinchadas le cantaron a la misma vez. Cuando le tocó patear dos corners seguidos del lado en el cual estaban los fanáticos locales, en vez de recibir escupidas o botellazos, cosechó elogios. “One Carlos Tevez/There’s only one Carlos Tevez” al ritmo de Guantanamera y “He wants to come home/Carlos Tevez/he wants to come home” con una tonada cuyo origen no pude distinguir.
A pesar de los esfuerzos por convertir, el equipo dirigido por Roberto Mancini desperdició algunas oportunidades para abrir el marcador. En el segundo tiempo, el West Ham equilibró un poco la balanza y salió a buscarlo, tomó el riesgo y quedó mal parado en defensa y sus centrales se enredaron tres veces en el área, una jugada calcada que casi terminó en gol en contra.
El pitazo final del árbitro Howard Webb, el mismo que dirigió la final entre España y Holanda en el último Mundial, fue festejado en el Boleyn Ground como un triunfo. Mientras sonaba por tercera vez I’m Forever Blowing Bubbles la gente abandonaba su lugar ordenadamente. Quedaba una incógnita por revelar: ¿Cómo va a hacer toda esta gente para entrar en la estación de subte a la misma vez y no colapsar las formaciones? La respuesta a mi pregunta mental fue un vallado que desviaba a las masas, nos alejaba unos 500 metros de la estación y recién nos dejaba entrar cuando habíamos sorteado un largo serpenteo. Para aquel entonces, los trenes llegaban con frecuencia, se llenaban moderadamente y partían hacia el centro cargados de fanáticos de los dos equipos mezclados.

1 comentario:

JLL dijo...

gran crónica. cómo envidio al fútbol inglés, cada vez más... saben disfrutar del fútbol, no sufrirlo como nosotros. Adentro de la cancha, los jugadores se dedican a jugar nomás. Y afuera la gente alienta al equipo y no va a pelearse ni a hacer despelote