“Excuse me,
can you help me? This is my ex novio, he is a crazy bastard. Está
tratando de impedir que regrese a
London”. En Ezeiza, la mujer - inglesa, rubia, de rasgos fuertes- pedía auxilio
para comprar un ticket y subir al avión lo más pronto posible. Del otro lado de
la cinta, el presunto ex –un porteño alto, morocho, bien parecido- gritaba sin
pudor e intentaba asormarse por la barrera de los cuatro oficiales de la PSA
que habían llegado para poner orden: “Dale, Sandra, déjate de joder, vamos a
casa y arreglamos todo, quedate acá, no rompas las bolas”.
No le tengo miedo a los aviones. El poco temor que le tenía
a la aventura de subir a uno de esos pájaros de metal conseguí dormarlo a
fuerza de horas de vuelo (algunas) y a la adquisición de conocimientos
razonables sobre la industria de la aviación y sus estadísticas. Sin embargo,
el jueves pasado la cabeza me picoteó mi conciencia y me hizo pensar en el peor
de los escenarios posibles durante el vuelo. Tuve el pánico de ser un
protagonista inoportuno de la versión criolla de Destino final. Todo cerraba
perfecto. La mujer, el tipo que le dice que no suba, el avión… bue, la
historia.
Por suerte, por pericia del piloto y gracias a Dios, el
vuelo 244 aterrizó en Heathrow sin problemas y 20 minutos antes de la hora
prevista, estacionó en una de las posiciones de la Terminal 5 y me permitió
volver a pisar Londres. Me toca viajar de nuevo –por segunda vez en menos de un año- a la misma ciudad que había jurado conocer en un plazo de 1000 días.
Pasaron menos de 500 lunas desde aquella plegaria elevada al cielo y ya alcancé
el objetivo por duplicado, nada mal.
Este año llegué un poco más organizado y con más experiencia
así que no tuve que pagar el derecho de piso, ergo, disfrutar más el viaje. Así
que no me concentré tanto en los landmarks que ya conocía y pude conocer otros
rincones de la ciudad.
Escribo estas líneas desde allá, o desde acá, según como se
lo lea. Ampliaré.
1 comentario:
ungui!!! excelente la historia!!!
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