Chicos, voy a contarles una historia que ocurrió hace 18 años, cuando todavía no existía Internet. Resulta que a mí, como a casi todos los adolescentes, me gustaba la música. Pasaba horas escuchando una y otra vez sin cansarme los discos (CDs) de mis bandas favoritas: Nirvana, Pearl Jam, Guns n' Roses, y otras más. Escuchaba y escuchaba esas canciones en inglés e intentaba, en la medida que el tema me lo permitía, memorizar la letra para poder cantar encima y sentirme un rockstar durante 3.30 minutos. Más o menos lo mismo que ahora.
El problema era que, para poder entender la letra, había que rezar para que el artista haya decidido ponerlas en el librito (booklet) interno del álbum y que la edición argentina sea lo suficientemente decente como para que esté la versión completa del booklet original y no una simil fotocopia de la tapa y contratapa. Si las letras estaban ahí, diminutas, en el librito, genial. Fácil. Bastaba con leerlas una y otra vez hasta aprenderlas. Si no, había que rebuscárselas. Escarbar en las revistas especializadas que publicaban las letras de algunas canciones o, medida desesperada, transcribirlas de puño y letra si el inglés era entendible para mi oído. El sistema para este último caso constaba del siguiente proceso: escuchar una estrofa-pausa-rebobinar-volver a escucharla-transcribir lo que entendí-pausa-y así sucesivamente.
Hoy todo es mucho más simple. Con unos 3 o 4 clicks tenemos la letra de cualquier tema y los videos sing-a-long en YouTube. Mucho mejor. Algunos añorarán esas épocas pretéritas en las cuales el sujeto se comprometía obligadamente mucho más con la canción y su letra. Hoy, la oferta es infinita y el contacto, ocasionalmente, mucho más efímero. Para mí no hay discusión: siempre es mejor poder tener todas las opciones a la vuelta de una página (de Internet).
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