viernes, 10 de enero de 2020

Las crisis recurrentes de la Argentina y su legado

¿Cómo se arregla un país? 
Probablemente con tiempo y políticas de Estado que se sostengan. 
Fuera de eso,  cada vez es más común escuchar a gente soltar la frase "este país no tiene arreglo".
Eso yo no lo sé, pero creo que hay dos problemas de la Argentina que son muy difíciles de componer. 
El primero tiene que ver con la composición del país desde que la generación del 80 lo pensó (y antes también): la excesiva relevancia de Buenos Aires y su puerto, un problema que ya venía desde la época de la colonia pero que nadie quiso arreglar seriamente nunca; y el reparto de tierras entre grandes terratenientes y no, como se hizo en Estados Unidos, en pequeños latifundios para los inmigrantes. 
Sobre esto, varios historiadores y analistas han comentado bastante.
Sobre lo segundo que voy a comentar no he leído nada, pero acá va
El otro problema de la Argentina tiene que ver con el legado que dejan las sucesivas crisis en las que la economía cae cíclicamente. Cada crisis se capea con parches o cambios de mentalidad que deberían ser tempoales pero terminan siendo derechos adquiridos que nunca se van. A saber: 
La crisis de los 70s dejó una desconfianza en la moneda nacional que nunca, ni con el austral ni con el peso se revirtió. Hoy, hasta el que barre la vereda de casa piensa y ahorra en dólares.
La crisis del 89 (hiperinflación) dejó que el consumo de marcas se derrumbara. Aparecieron las marcas B, más baratas y alernativas al consumo de marcas tradicionales. Pero cuando la economía se normalizó en los 90 y hasta ahora nunca se fueron. Por el contrario, se expandieron. Hoy no sólo tenemos marcas B sino también marcas C, D y Z. 
La crisis del 2001 que explotó con la devualación y el desempleo altísimo comenzó a cargar al Estado con los planes sociales (en su momento, se arrancó con los Planes Trabajar). Cuando la economía se recuperó, los planes no solamente siguieron existiendo sino que se multiplicaron. Y le agregaron jubilaciones, AUH y otros. Hoy, el gasto social del 70 por ciento del presupuesto constituye el impuesto al estallido social. Si no querés que terminemos como Chile, soltá los fondos para contención social. 

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